Carta en una botella 4

 L.S,

Hoy he vuelto frente a la pantalla, con el corazón estrechado al cerebro y la razón en la dominancia de aquello que no es cognoscible. No he hecho sino eso, pensar en vez de sentir, y aún así, mis pensamientos también van hacia ti, aunque con distintas formas.

Te lo pregunté hace poco ¿Por qué seguir leyéndome? Pero, también en mis profundidades, la pregunta giró hacia mí ¿Por qué seguir escribiendo? Quien escribe proyecta sobre el papel, nadie que haya plasmado algo realmente ha sido dueño de aquello que escribió; fuera de los odiosos libros posmodernos de autoayuda o demás despropósitos, cada novela, cada poemario, cada ensayo, no le ha pertenecido nunca a su autor. Quienes escribimos somos posesión de lo que escribimos, somos esclavos de nuestras ideas y anhelos, somos inconscientemente arrastrados por ellos hasta que toman la forma de historias o cartas y eso, L., eso me asusta muchísimo. 

Te preguntarás el porqué de aquel temor, de aquella huella del miedo, de aquella alerta supraterrenal. Si somos esclavos de lo que escribimos, si aquellas ideas nos poseen ¿Qué tanto de mí se quedó a la final contigo? Qué tanto se rehusó a la idea de un panorama en el que no estás, en el que incluso los títulos de estos textos no son más que cartas en botellas, mensajes de ayuda, constantes S.O.S. para que aparezcas.

Creo que por ello mi afán racional de que me des un porqué, por el sencillo hecho de que mi propia persona necesita más que ser un esclavo de tu sombra, del recuerdo del calor de tu tacto, del tono de tu voz, de la sensación de tu piel, del sabor de tus besos, de la sensación de tus piernas alrededor de mis caderas, de la imagen desnuda de los dos ante un espejo.

Tuyo,


S.

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