Carta en una botella 2
Amada L.S.,
Freud decía que todos tenemos una tendencia a la repetición, que en un ciclo constante siempre bajaba sobre nosotros, haciéndonos caer tanáticamente en patrones y situaciones, vez tras vez. No soy un santo, pero he hecho de todos mis pecados los cimientos de algo al menos más amable para mí y para todos, en la medida de lo posible.
Sin embargo, heme aquí, en el círculo de lanzar botellas al mar, esperando que las recibas, esperando saber qué piensas o qué sientes, a sabiendas de que lo más seguro es que no lo sabré. Aferrándome con uñas y dientes a imágenes mentales que se difuminan cada vez más, planeando por encima de nuestros propios recuerdos como si fuese una parvada de cuervos: alimentándome de ellos, mientras miro con tensa profundidad lo que a veces no reconozco como el cadáver de un amor.
¿Acaso eso hemos llegado a ser sólo eso? Una sombra, un cadáver, un recuerdo.
¿Acaso se ha apagado cada llama y cada incendio de lo que fuimos? Sólo nos quedarán cenizas y algunas ascuas ardiendo por lo bajo, apagándose lentamente, tomando el aire que pueden.
Siempre me dijiste que al final sería un momento, que seríamos un instante y no sé en que momento dejé de escucharte y decidí, por mi propia cuenta, que no quería que te fueras. No sólo soy egoísta, sino que he caído en la absurda ingenuidad. Hace unos meses, por un breve lapso, sentí que podía recuperar algo de ti...y así mismo esa esperanza se me derramó entre los dedos y ahora, heme aquí,
Freud decía que todos tenemos una tendencia a la repetición, que en un ciclo constante siempre bajaba sobre nosotros, haciéndonos caer tanáticamente en patrones y situaciones, vez tras vez. Y aquí estoy yo, siempre cayendo en ti.
Con afecto,
S.
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